Su cuento (Gentileza revista Susana)

Su Cuento
El cuento del mono
Tras bambalinas todo puede pasar, ¡incluso que un mono tití ataque a Susana!
Estábamos haciendo “Sugar” en el Lola Membrives, todo era divertido, alegre y había buena energía. Eduardo, mi yerno, tenía un mono titi y yo me lo llevaba siempre al camarín, me encantaba tenerlo conmigo. Como ya les he contado muchas veces, trabajar con Ricardo Darín y Arturo Puig era realmente una aventura, las cosas que se decían por lo bajo en el medio de la obra, las caras, los chistes.… Ese día se habían tentado terriblemente, casi no podían hablar. Hicieron la obra con los ojos vidriosos de la risa. Estuve toda la última hora haciéndome la enojada y tratando de que recuperaran la cordura. Después del saludo final llegué a mi camarín agotada y, sin querer, cerré la puerta fuerte. Con el ruido, el mono, que seguramente estaba dormido, se pegó un susto espantoso. Salto y se prendió a mi cuello clavándome una de sus uñas en el ojo. Fue un segundo, no atiné ni a pestañar. Inmediatamente sentí un ardor tremendo y un dolor muy difícil de explicar. Hugo, mi asistente, (que por supuesto tenía debilidad por Ricardo), desesperado abrió la puerta para pedir ayuda, pero yo lo hice callar “no digas una sola palabra y agarrá todo rápido que nos vamos al Santa Lucía”. Tenía que sostener mi papel de ofendida, ¡me habían vuelto loca toda la obra! Me vestí sin sacar la mano del ojo (¡dificilísimo!) y salí del teatro con los bolsos, el mono y Hugo. Manejé hasta el hospital como pude. Llegamos sin darnos cuenta que Ricardo nos había seguido con su auto. Las puertas de la guardia estaban cerradas y Hugo golpeaba para que nos atendieran. En el mismo momento que nos abrieron, llegó Ricardo, y yo, decidida a dejarlo afuera, le pedí al enfermero que no lo dejara pasar: “No lo conozco, no viene conmigo!”, le decía yo -como si las siete mil fotos juntos nunca hubieran existido-. “¿Estás loca? Dejame ver qué te paso”, me gritaba Ricardo. El pobre tipo nos miraba atónito, no podía creer lo que estaba viviendo: Susana Giménez con el ojo lastimado y un mono en el hombro, Ricardo Darín empujando la puerta para entrar, y una tercera persona (Hugo), que levantaba los hombros como diciendo “yo no puedo hacer nada, arreglate vos”.El hombre, que parecía haberse despertado de esas siestas con un ojo abierto que duermen en las guardias, no podía descubrir si todavía estaba soñando o realmente estaba sucediendo semejante disparate. Cuando finalmente entramos y me hicieron pasar al consultorio, Ricardo se quedó sentado esperándome junto a Hugo y al responsable de mi accidente: el mono, que parecía entender lo que pasaba porque nunca se porto tan bien como esa noche. Al salir, con un diagnóstico de hernia de cornea y el ojo emparchado, los vi en el pasillo, con cara de yo no fui; aguantándome la risa y en son de paz le dije: “Richard tengo hambre, ¿vamos a comer?”. “Dale -me contestó-. Pero antes dejemos al mono en tu casa que recién me estaba contando que está muerto de cansancio, parece que alguien le cortó abruptamente el sueño y no tuvo un buen despertar”.