Su Cuento
Mi primera vez en el Colón
Susana, Ricardo Darín y Mirtha Legrand juntos en una ópera...una salida "muy normal".
Supongo que habrán visto o leído que viajamos con Mirtha (Legrand) a San Juan para la Fiesta del Sol. Cuando estábamos en el avión, nos pusimos al día. El tiempo pasó "volando", hablamos de recuerdos y del presente, y llegamos a la época en la que yo salía con Ricardo (Darín). De golpe, nos acordamos de esta anécdota que hoy les voy a contar. Una noche salimos los tres a comer y, charlando, descubrimos que ni Ricardo ni yo conocíamos por dentro el Teatro Colón; tampoco habíamos visto una ópera. Mirtha, fanática del género, enseguida se ofreció para organizar una salida: nos prometió elegir la obra y conseguir el palco para nuestro “debut”. Llegó el día del gran evento, y allí partimos. Ricardo, de impecable esmoquin, y yo, con un vestido largo, blanco, bordado con brillantes y tapado de piel. Hacía poco que estábamos juntos y todo nos entusiasmaba. Antes de entrar a ver la obra, Ricardo se compró unos chocolates que le encantaban. Éramos un grupo grande y fuimos al palco de una amiga de Mirtha. Resultó que el programa de esa noche estaba compuesto por tres operetas. Al entrar, nos quedamos impactadísimos con la sala, el escenario, el techo… Todo era increíble. Nos instalamos, se apagaron las luces y empezó la función. Llegamos al primer intervalo poco entusiasmados con el espectáculo, pero como todo el mundo parecía contento, le atribuimos nuestra sensación a la ignorancia en el género. Entramos al segundo acto con la ilusión de que la nueva opereta nos resultara más entretenida, pero, a medida que transcurrían los minutos, íbamos perdiendo la esperanza. Yo trataba de concentrarme, pero realmente todo me distraía, la mente se me iba a cualquier lado, miraba a la gente, el techo, las luces… Siempre tratando de evitar girar la cabeza hacia Ricardo, ya que estaba segura de que le estaría pasando lo mismo que a mí. Finalmente, él se me acercó y me susurró: "¿Te digo algo?, ¡menos mal que vinimos, yo no sé cómo pudimos vivir sin esto!... ¿Qué te parece si volvemos mañana?”. Aguanté la risa como pude y me puse a mirar fijamente el escenario sin contestarle. Tenía terror de que Mirtha se ofendiera. Ella había organizado todo con tanto cariño, que no quería desilusionarla. Pero Richard seguía: “¿Y si nos dedicamos a esto? En serio te digo, yo creo que nos podría ir bien, engordamos un par de kilos y listo....”. Lo miré lo más seria que pude y le dije: "Shhh". Ricardo se movía, estaba inquieto, cambiaba de posición todo el tiempo. Finalmente, sacó los chocolates y empezó a comer. Terminó el segundo intervalo y para cuando empezó la tercera opereta, Ricardo se había comido siete chocolates y tenía los ojos a media asta.De golpe, se quedó quieto y yo pensé que finalmente estaba disfrutando del programa. Cuando terminó la obra, se prendió la luz y todo el mundo se paró a aplaudir a los actores, Ricardo, con un chocolate totalmente derretido en la mano, y el cuello de la camisa y el mono del esmoquin manchados, dormía profundamente, como si estuviera en el living de su casa. Entre risas, dándole pañuelos para que se limpiara sus manos, salimos del teatro para ir a comer y Ricardo, con ese humor que lo caracteriza, dijo: “Yo, la verdad, ya no tengo hambre, ¿no habrá algo más para ver? ¡Qué lástima que me perdí justo el final!”. Ese día, en el avión, Mirtha me confesó que aquella función a ella tampoco le pareció buena.
Mi primera vez en el Colón
Susana, Ricardo Darín y Mirtha Legrand juntos en una ópera...una salida "muy normal".
Supongo que habrán visto o leído que viajamos con Mirtha (Legrand) a San Juan para la Fiesta del Sol. Cuando estábamos en el avión, nos pusimos al día. El tiempo pasó "volando", hablamos de recuerdos y del presente, y llegamos a la época en la que yo salía con Ricardo (Darín). De golpe, nos acordamos de esta anécdota que hoy les voy a contar. Una noche salimos los tres a comer y, charlando, descubrimos que ni Ricardo ni yo conocíamos por dentro el Teatro Colón; tampoco habíamos visto una ópera. Mirtha, fanática del género, enseguida se ofreció para organizar una salida: nos prometió elegir la obra y conseguir el palco para nuestro “debut”. Llegó el día del gran evento, y allí partimos. Ricardo, de impecable esmoquin, y yo, con un vestido largo, blanco, bordado con brillantes y tapado de piel. Hacía poco que estábamos juntos y todo nos entusiasmaba. Antes de entrar a ver la obra, Ricardo se compró unos chocolates que le encantaban. Éramos un grupo grande y fuimos al palco de una amiga de Mirtha. Resultó que el programa de esa noche estaba compuesto por tres operetas. Al entrar, nos quedamos impactadísimos con la sala, el escenario, el techo… Todo era increíble. Nos instalamos, se apagaron las luces y empezó la función. Llegamos al primer intervalo poco entusiasmados con el espectáculo, pero como todo el mundo parecía contento, le atribuimos nuestra sensación a la ignorancia en el género. Entramos al segundo acto con la ilusión de que la nueva opereta nos resultara más entretenida, pero, a medida que transcurrían los minutos, íbamos perdiendo la esperanza. Yo trataba de concentrarme, pero realmente todo me distraía, la mente se me iba a cualquier lado, miraba a la gente, el techo, las luces… Siempre tratando de evitar girar la cabeza hacia Ricardo, ya que estaba segura de que le estaría pasando lo mismo que a mí. Finalmente, él se me acercó y me susurró: "¿Te digo algo?, ¡menos mal que vinimos, yo no sé cómo pudimos vivir sin esto!... ¿Qué te parece si volvemos mañana?”. Aguanté la risa como pude y me puse a mirar fijamente el escenario sin contestarle. Tenía terror de que Mirtha se ofendiera. Ella había organizado todo con tanto cariño, que no quería desilusionarla. Pero Richard seguía: “¿Y si nos dedicamos a esto? En serio te digo, yo creo que nos podría ir bien, engordamos un par de kilos y listo....”. Lo miré lo más seria que pude y le dije: "Shhh". Ricardo se movía, estaba inquieto, cambiaba de posición todo el tiempo. Finalmente, sacó los chocolates y empezó a comer. Terminó el segundo intervalo y para cuando empezó la tercera opereta, Ricardo se había comido siete chocolates y tenía los ojos a media asta.De golpe, se quedó quieto y yo pensé que finalmente estaba disfrutando del programa. Cuando terminó la obra, se prendió la luz y todo el mundo se paró a aplaudir a los actores, Ricardo, con un chocolate totalmente derretido en la mano, y el cuello de la camisa y el mono del esmoquin manchados, dormía profundamente, como si estuviera en el living de su casa. Entre risas, dándole pañuelos para que se limpiara sus manos, salimos del teatro para ir a comer y Ricardo, con ese humor que lo caracteriza, dijo: “Yo, la verdad, ya no tengo hambre, ¿no habrá algo más para ver? ¡Qué lástima que me perdí justo el final!”. Ese día, en el avión, Mirtha me confesó que aquella función a ella tampoco le pareció buena.
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