La dueña del circo
Por Juliana Rodríguez
Fito Páez edita en 2005 un disco titulado Moda y pueblo con una foto de una jovencísima Susana Giménez en tapa. En un portal no oficial, casi un altar virtual a la rubia, algún fan escribió: “Porque la peleó siempre, porque su energía entra en la gente, porque tiene glamour y pueblo...”. Y Susana encarna esa doble faz que se reclama a las divas: que sean estrellas, que brillen desmesuradamente, que parezcan una creación artificial pero que se les note la humanidad: en el acento de barrio o en las preguntas tontas.
La humanidad de Susana no está sólo en preguntar si un animal extinto vive o maldecir entre dientes. Ella se enamora hasta perder la cabeza (y un par de millones), se ríe hasta llorar, vive a dieta hasta que se tienta, ignora, se equivoca, se vuelve a equivocar. Eso la aleja de la fría elegancia de Teté Coustarot, de los aires de aristocracia comprada de Mirtha y a la vez del Truman Show de Moria. Hay una brecha entre ellas, sólo ocupada por Susana, que quiso ser Marilyn y Evita.
El shock fue cuando dio el paso para abandonar a aquella modelito castaña para convertirse en blonda, esculpirse las uñas y a sí misma. Y una vez que quedó conforme con su imagen, se detuvo. La detuvo. Susana usa animal prints de leopardo y pantalones de cuero desde los años 70, mucho antes de que fueran el último grito de la moda; insiste en usar unas dudosas boinas y gorras desde antes que las hiphoperas las adoptaran; no se baja de sus botas súper altas desde el año 80; y no se ha dejado nunca ver en público sin el rouge perfectamente brillante, medio centímetro por encima del límite natural de sus labios. Y a todos esos ingredientes los gratina con dorado: cadenas, anillos, relojes, cintos, collares, pulseras, más pulseras. Susana se ofrece recubierta en oro como una estatuilla. Y como tal, no piensa mutar, aunque no le siente tan bien como hace años el uso y abuso de la lycra, las adherencias, los tajos y escotes. Si la televisión es una gran circo, no quedan dudas de que ella es la dueña.
Su nombre Su ya es una marca registrada, un eslogan efectivo, un sello. Tanto que nadie puede dejar de saludar a una de sus tocayas diciendo “Hola Susana” y sin que suene en la cabeza, incluso en contra de la voluntad, el “...te estamos llamando”.
domingo, 4 de marzo de 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario