Cabala 1. Pedirá que le pasen sólo dos llamados, a excepción de los de su círculo íntimo: el de la radio Cadena 3 de Córdoba y el de su amigo Rolando Hanglin (tenga el programa que tenga): ella saldrá al aire para contar lo suyo. Y así lo hizo por Radio 10.
Cabala 2. En su camarín, ya vestida, se calzará el zapato izquierdo antes que el derecho.
Cabala 3. Oculta tras el decorado (esta vez serán los Estudios Ronda de Martínez) mascará un chicle. Una y otra vez. Recién cuando le den la orden de salida se lo quitará de la boca para pegarlo contra la escenografía. Entonces, sí, podrá aparecer en escena y enfrentarse a las cámaras.
En este 2007 el ritual cumple veinte años. Y Susana Giménez no lo piensa cambiar. Porque todo podrá mutar en su vida, menos (dirá después) su forma de ser.
Intima. Hoy, jueves 22 de marzo, es el gran día: la fecha esperada, el momento de volver. Extrañamente, cuentan, Susana amanece relajada. Abre los ojos a las diez y media de la mañana y enseguida deja el cuarto para bajar al jardín de su mansión de Barrio Parque. Allí, su desayuno: té con tostadas y mermelada, los diarios del día y el teléfono inalámbrico. Sabe que a las once dará la primera entrevista a la radio cordobesa. Antes de la ducha, charla de celular a celular con Gustavo Yankelevich, para chequear que todo esté bien. Confía. Por eso lo llamó, le pidió que vuelva con ella, lo convenció de que aceptara el cargo de productor general. La respuesta no la sorprendió: “Tranquila. Todo está en orden. Te estamos esperando”, dicen que le dijo.
Mientras, en los Estudios Ronda de Martínez, los empleados de mantenimiento lustran las gigantescas “SG” para que las plateadas letras brillen como nunca.
Almuerza una ensalada verde y toma muchísima agua. A las tres en punto atiende el segundo llamado, el de su amigo Hanglin, para completar su primera cábala. Al aire, le reconoce que disfrutó mucho su año sabático, que pudo darse el lujo de viajar por todo el mundo, pero que ya sentía las ganas de reencontrarse con su gente. Se calza un vestido estampado en dorado y parte en su Mercedes Benz con chofer rumbo al estudio. Jorge Rama, el uruguayo que la conquistó hace dos años y dos meses, va con ella.
Horas previas. En Ronda todo está listo: el nuevo decorado, la nueva platea, los nuevos Susanos (el ucraniano Vladimir y el porteño Alejandro) y lo que será el plato fuerte del ciclo: El circo de las estrellas, el reality show circense en el que participarán personajes que van de Juan Alberto Mateyko a Leticia Brédice, y de Toti Ciliberto a Paula Colombini (una de las innovaciones que aportó Yankelevich).
Entra a las cuatro de la tarde en punto. Néstor Moyano, su productor ejecutivo desde hace 16 años, la está esperando. La saluda, la acompaña hasta el camarín. “¿Nervios yo? –se pregunta el productor–. Nooo. Después de tantos años, ya sé cuándo Susana se está por quedar en blanco o cuándo le va a faltar una pregunta en la entrevista, como para guiarla a tiempo. Además, con ella no podés tener nervios: su frescura y su espontaneidad la salvan hasta en los peores momentos”, comenta antes de marchar a controles.
Golpean la puerta de su camarín. Es Leticia Brédice, que quiere saludarla. En bata y a medio maquillar por Juan Carlos López, la recibe. “Vengo a desearte suerte. Acá estoy por vos, porque te quiero y nos cuidás a todos. No lo olvides”, cuentan que le dice. Delineador líquido para los ojos, otro esfumado para los párpados, base en el rostro, tonalizadores e iluminador: make up listo. Rama entra, sale, está, acompaña. Su amiga del alma, Teté Coustarot, llega para sumarse a la hinchada íntima de la diva. “¿Y? ¿Cómo estás?”, pregunta. “¿Cómo me ves?”, responde relajadísima. Al rato, fuera del bunker privado, Teté asegura que la nota feliz y que la conoce lo suficiente como para saber que la emociona, y mucho, volver a la pantalla. Vestido de Di Doménico. Retoque de Miguel Romano en el peinado. Y zapatos… Primero el izquierdo, después el derecho, claro. Así, cumple su segunda cábala.
HELLO SUSANA. La diva sale del camarín rumbo al piso envuelta en un enjambre de asistentes y productores. La prensa está ahí: unos treinta periodistas, entre fotógrafos, camarógrafos y cronistas, todos previamente acreditados. Alguien pide silencio. Susana masca chicle y espera la orden de Moyano detrás de la escenografía. Saluda a un utilero que se le aparece. Suena la orquesta. La platea grita. Por el audífono (más conocido como “cucaracha”), le dicen: “Cinco, cuatro, tres…”. Se quita el chicle de la boca, lo pega en el decorado (cábala completa). “…dos, uno. ¡Ahora, reina!”. Son las ocho en punto de la noche, instante de volver.
Del otro lado, más de tres millones y medio de personas (que representan 31,6 puntos de rating) se acomodan en los sillones de sus casas para tomar parte de uno de los rituales pop más clásicos de la vida nacional: mirar el programa de Susana Giménez. “¿Vieron que hay que irse para que a una la reciban así? Ni yo lo creo... ¡En estos veinte años han pasado tantas cosas! He cambiado de casa, de productor, de marido. Menos de forma de ser y de peluquero, cambié todo”, dice Susana, tan espontánea como siempre.
El resultado del debut: 72 minutos en el aire, en vivo y en directo, sin cortes y con picos de 32.6 puntos de rating. Un éxito rotundo, para ponerle palabras a tanta cifra. “Está como nunca. Le hizo muy bien tomarse ese tiempo, sin dudas. Porque regresó con una energía impresionante. Si bien es una mujer con muchísima polenta, jamás la vi con tantas pilas”, la define Claudio Villarruel –director artístico y de Programación de Telefe– antes de abandonar el estudio.
El Mercedes parte rumbo a Rosa Negra, el restó de Dardo Rocha, donde Susana tiene reservada mesa para doce: Rama (su amor), Meche (su hija), Eduardo Celasco (su yerno), Lucía y Manuel (sus nietos), Patricio (su hermano), Teté Coustarot (su amiga), Inés Hernández (su asistente personal), Divina Gloria, Leticia Brédice y Néstor Moyano. Pide champagne francés Cristal de Louis Roederer (su favorito) y pechuga grillé con ensalada verde.
SEGUNDA VUELTA Y RELAX. El viernes todo sigue igual y algo cambia. Aparecen los sketches, como el de Gilda Superstar (donde la gente común se presenta al casting y, sin que les avisen, terminan actuando al lado de la diva), los invitados de luxe (como Chayanne, que canta y se deja entrevistar), la genial Mamá Cora de Antonio Gasalla y los clásicos y esperados llamados telefónicos para jugar en vivo con la diosa nacional. Rama, como siempre y una vez más, ahí, a su lado.
Esta vez no hay restó ni cena. El festejo del segundo programa es mucho más íntimo. No bien sale del aire, le pide a su chofer que conduzca derechito al Aeroparque Jorge Newbery: un avión privado la espera para llevarla sin escalas hasta Punta del Este. Planea pasar un weekend a solas con su amor uruguayo y en su chacra, La Mary.
El sábado despierta después del mediodía. Almuerza liviano. Toma sol. El día se presta para bronceados bien parejos. Ve una película de Diego Peretti en su microcine. Lee los diarios que le traen de la ciudad. Duerme una hora. Y, para cerrar el día, cena en pareja en el Conrad Casino & Resort. “Jorge es mi compañero, el que me mima, con quien me río. Una excelente persona, que me hace feliz. Un tipo laburador y sano”, le dijo hace apenas dos semanas a GENTE. Ahora, más que nunca, dicen, necesita de esos condimentos, de esa compañía, para mantenerse en el eje del Universo Susana, que no es poco.
Porque podría seguir con las valijas embaladas, girando por el planeta. O encerrarse en cualquiera de sus mansiones y asomarse sólo para hacer algo de shopping. Lujos que unos pocos, como ella, pueden darse. Sin embargo, no.
–¿Por qué…?
–Por la gente –dice una y otra vez la rubia–. Porque me paran por la calle al grito de: “¡Te extrañamos, te necesitamos!”. Y porque sería una ingrata si no retornara a la televisión para festejar mis dos décadas seguidas. En fin… Todos me pedían que vuelva… ¡y acá estoy!
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De regreso, con las mismas cábalas, con la misma melena rubia… Con más rating. Y más amor.
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