SUSANA: LA FORMULA DE LAS ESTRELLAS
Ahora que regresa a la pantalla por Telefé, y a veinte años de su debut como conductora, es tiempo de preguntas. ¿Cuál es la táctica que implementa para seguir brillando en la TV? ¿Con qué recursos enamora al público? ¿Cuáles son las dos cartas que jamás le fallan en la lucha por conservar el estrellato? |
Un día, una chica toma un jabón en la mano, mueve su cabellera al ritmo de un sonido cortante -shock- y la cámara se enamora de ella. Todo el país se pone a hablar de la modelo. Así de simple. Otro día, la misma chica, que ahora es una mujer, se planta en un estudio de televisión, sonríe y le pide a la gente que la llame por teléfono para jugar a las adivinanzas. Las líneas telefónicas se saturan en un instante, y el público se enamora de la conductora. Así de simple. El día era el 1° de abril de 1987. El canal, ATC.
Pasan muchos días, todos los que entran en 20 años. Esta semana, después de las largas vacaciones de 2006, Susana Giménez regresa televisión, por Telefé. Pero 20 años nunca es nada. Menos en este caso. El país ya no habla de la modelo, y el público dejó de estar enamorado de la conductora. A la gente le da lo mismo si conduce un programa o ninguno; si ofrece una conferencia de prensa sobre su divorcio tras haberle arrojado un cenicero al hombre que le fumó la paciencia, o si declara cuatro cosas a las disparadas ante los movileros que le salen al cruce, siempre y en cualquier parte; si hace un sketch en la tele o si protagoniza una película. Modelo, actriz, conductora: cuál es el rol que desempeña, ya no le importa a nadie. ¿Dejaron de quererla? ¿Se terminó el romance? No, se cambiaron los nombres, que no es poco. Desde hace largo tiempo, la gente se ha enamorado a la vez de Susana -así, sin apellido, como uno nombra a su cuñada- y de la diva -así de rimbombante, como sólo se alude a las personas en la industria del espectáculo-. ¿Un caso de esquizofrenia colectiva? No, la ley del estrellato en la pantalla chica.
Susana Giménez es, por definición, una estrella televisiva. Pero eso no es así de simple.
Las estrellas de TV son una categoría aparte. A diferencia de las estrellas cinematográficas -ocultas tras el personaje que lo abarca todo, inalcanzables-, a las estrellas de la tele les abrimos las puertas de nuestros hogares, y las recibimos como a los íntimos, sin necesidad de formalidades. A veces, las sentamos a la mesa familiar y en otras ocasiones, las miramos en camisón, desde la cama. Las telestars entregan su glamour por delivery y, en consecuencia, aceptan que mezclemos su brillo con nuestras cuitas de entrecasa. Puestas a cautivarnos, no necesitan casi nada: ni una sala en penumbras ni el silencio ni una pantalla enorme. Se diría que son seductoras todo terreno: concitan la atención ajena entre rondas de mate, críos desaforados, ajetreos de lavados y planchados. No nos exigen celulares apagados ni computadoras desconectadas. Y así y todo, logran hipnotizarnos.
La tele es una fábrica de imágenes en función continuada. Veinticuatro horas sobre veinticuatro, todos los días del año, en cientos de canales. Criaturas de todo tipo pueblan a diario la pequeña pantalla: famosos, célebres, ciudadanos de a pie, talentosos, impresentables, carismáticos, informados, lunáticos, bien pensantes, varones y mujeres. Los hay de todos los pelajes y para todos los gustos. Sin embargo, en tamaña abundancia, la cantidad de estrellas es tan modesta como los dedos de una mano. El olimpo televisivo es un lugar al que llegan pocos y en el que permanecen muchos menos. Veinte años lleva al día de hoy Susana brillando con luz propia en ese cielo recoleto.
¿Cuál es entonces el secreto del milagro? Probablemente, su capacidad para jugar con aciertos las dos cartas de que disponen las estrellas de la TV: distancia y cercanía.
Nadie es considerado una estrella si no ostenta mucho de lo que a los demás nos falta: éxito, fortuna, belleza, carisma y una existencia desprovista de problemas tales como que el sueldo nos alcance para llegar a fin de mes o hacer la cola para pagar los impuestos o abrirnos paso a los codazos, para entrar en el subte a la hora pico. Por más que trabajara en la televisión, si a Susana la persiguieran las mismas pesadillas cotidianas que a los que la miramos, sería una más entre quienes andamos con los pies en la Tierra. Y a las estrellas, las queremos lejanas. Con creces, guarda Susana la distancia. Su mansión en Miami, sus atuendos fashion, su año sabático, sus autos imponentes y su casa de Barrio Parque nada tienen que ver con la realidad del argentino promedio. Ella vive como una diva. Y de la diva, se ha enamorado el público.
Pero a la televisión, a diferencia del cine, la tenemos en el living, en la cocina o en el cuarto. Y -vaya paradoja- a sus estrellas, las queremos al mismo tiempo distantes y cercanas. Y aquí resulta que Susana es capaz de mostrarnos que se nos parece. Admite que cada tanto engorda y que le cuesta tanto como a todos resistir a la tentación de la comida para bajar de peso. Confiesa que, de vez en cuando, con los hombres no le va bien y admite que, al igual que cualquier esposa, novia o amante, se pone brava cuando pierde la paciencia. Susana se equivoca, como todos. Sólo que ella lo hace a la vista de millones de gentes. Y en esos casos, no pretende tapar un dinosaurio vivo con la mano: convierte sus errores en “perlitas”-como manda el glamour-, los pone al aire en su propio programa, y se larga a reír con una risa contagiosa.
A las estrellas del cine o de la música, los fans les dicen que las quieren, que las aman, que son divinas. Pero Susana sabe que le ha tocado ser estrella de la tele y, entonces, les devuelve las atenciones a sus admiradores. “Te quiero, te quiero, cómo te quiero”, reacciona cuando una jubilada concursa por teléfono y se gana unos pesos. “Divina, divina, sos divina, te amo”, suele invertir los roles de la diva y la fan ante una doña que ha perdido en el certamen.
Susana juega como pocos el juego de las estrellas televisivas: tan lejos, tan cerca; tan parecidas a los vecinos de la puerta de al lado, tan diferentes del común de los mortales; tan poderosos bajo los reflectores del éxito, la fama y el dinero, tan vulnerables cuando arriesgan sus fichas en la ruleta del control remoto.
Lunes 19 de Marzo de 2007 12:46 | Adriana Schettini |